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Ernesto Cardenal ha calificado su propia
poesía y la que más le gusta de Nicaragua y Cuba,
como poesía "exteriorista". No obstante su aparente
simplicidad, el término se presta a equívocos. "Exteriorista"
no significa desde luego "exterior" en el sentido de
superficial, intrascendente o desprovisto de subjetividad, pues
"el exteriorismo" (que, según aclara Cardenal,
"no es un ismo ni una escuela literaria") implica
una opción, precisamente, de la subjetividad, la cual decide
salir de sí, entregarse y olvidarse, para expresar el mundo
circundante y ayudar a transformarlo o mejorarlo, a partir del
lenguaje mismo de la realidad.
El exteriorismo es la poesía creada
con las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos
y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico
de la poesía. El exteriorismo es la poesía objetiva:
narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de la
vida real y con cosas concretas, con nombres propios y detalles
precisos y datos exactos y cifras y hechos y dichos.
¿Será necesario volver a evocar
la sombra de Ezra Pound, il miglior fabro, que dijera
Eliot? En todo caso estas palabras definitorias de Cardenal,
extraídas como las anteriores del prólogo a su
antología de la poesía nicaragüense, deben
ser completadas, en el caso específico de su poesía,
por otras de Thomas Merton, escritas a propósito de los
apuntes en que Cardenal dejó testimonio de su paso por
la Abadía trapense de Gethsemaní, Kentucky, en
1957. "Él calla (dice Merton), como debía,
los aspectos más íntimos y personales de su experiencia
contemplativa, y sin embargo ésta se revela más
claramente en la absoluta sencillez y objetividad con que anota
los detalles exteriores y ordinarios de esta vida." Tan
oportuna observación -inmediatamente comprobable con
la lectura de aquellos apuntes de Gethsemani, Ky, que
carecen incluso de toda reflexión o alusión trascendente-
ilumina ese aspecto del exteriorismo ascético de Cardenal
y nos ayuda a entender la otra dimensión de su obra:
la de su poesía política y militante, en la que
lo que llamaríamos la opción dialéctica
de su lirismo, da un paso más audaz. Consiste este paso
en asumir la humanidad objetivada o más bien impresa
(como las huellas dactilares) en las cosas (naturaleza,
objetos, criaturas) saturadas de dolor humano, y encarnar en
su palabra ese lirismo colectivo de la realidad que es sencillamente
la poesía de la historia, la épica. Por eso puede
decir también Cardenal que el exteriorismo "es tan
antiguo como Homero y la poesía bíblica (en realidad
es lo que ha constituido la gran poesía de todos los
tiempos)".
Pero ¿no ha existido también
una gran poesía rigurosamente íntima o personal?
¿No es gran poesía, por ejemplo, la de San Juan
de la Cruz y la del propio Cardenal en las prosas de Vida
en el amor, su gran meditación mística? Pero
¿cuál era la intimidad que buscaba San Juan de
la Cruz y se busca en Vida en el amor? ¿No era,
no es, precisamente, lo más exterior al subjetivismo
del poeta? Sea como fuere, es indudable que, expresando
el mundo que lo rodea y sus raíces históricas,
denunciando en amargos y proféticos cantos, que tienen
tanto de crónica como de apocalipsis, las devastaciones
del imperialismo español y del imperialismo yanqui en
América, Cardenal se ha expresado también insuperablemente
a sí mismo, como otros poetas -el lector puede escogerlos,
a su gusto, de la larga nómina-, dedicados a decirse
a sí mismos, han expresado también por concentración,
reflejo o antítesis, el mundo que los sustentaba.
Todo poeta real es un poeta realista. La poesía
no tiene otro asunto que la realidad, de la cual, por definición,
nadie escapa. Pero en el caso de Cardenal se trata de un realismo
militante, de un realismo a la vez revolucionario y místico,
es decir, que busca combativamente, agónicamente, la
transformación y la unión por el amor, en el amor.
Atravesado una vez, como es de rigor, por
el niño terrible, despedido de sí mismo -del sí
mismo peculiar y "subjetivo"- con suprema elegancia
e ironía, con humor delicado que a veces halla el equilibrio
entre Catulo y el haikú, en sus ya clásicos
Epigramas, tan modernos y tan antiguos, tan provincianos
y tan universales -honor de Hispanoamérica-, Cardenal
va precisando y profundizando sus objetivos desde el mural de
"Con Walker en Nicaragua" hasta el coral de "Canto
nacional", desde la catarsis de "Hora 0" (en
el que se sitúa uno de los momentos más altos
de la poesía hispanoamericana, cuando revive el alba
de la noche en que asesinaron a Sandino) hasta la enorme denuncia
apocalíptica de "Oráculo sobre Managua",
en una vasta ofensiva poética que cuenta con armas de
alto calibre como la versión "a lo moderno"
de los salmos davídicos, asaltos a pecho desnudo como
"Oración por Marilyn Monroe", exploraciones
en profundidad como las "Coplas a la muerte de Merton",
y una poderosa retaguardia vigilada por El estrecho dudoso,
crónica del tamaño del crimen que relata, en la
que el lenguaje de los conquistadores es esgrimido vindicativamente
por el poeta, y el Homenaje a los indios americanos,
unitivo, por la martirizada raíz indígena, de
las dos Américas.
Poesía, toda ella, de avance, de asalto,
de toma de posiciones estratégicas, que naturalmente
ha venido a ser la expresión más alta de la lucha
de su pueblo. Poesía como "posters",
documentales o reportajes, él mismo lo dice, pero también
como homilías y sermones (José Coronel Urtecho,
el inventor de poemas, cuyo "Febrero en la azucena"
regó la tierra de "Hora 0", se lo dijo allá
en su finca "Las Brisas"). Poesía de su tierra,
"como el zanate clarinero, como el coyol", como todos
los pájaros de su tierra, que él ha cantado como
nadie. Poesía, en fin, telúrica y modernísima,
enemiga creciente de todo dualismo (profano-sagrado, política-religión,
fe-ateísmo, etcétera), la de este destinado vocero
del Frente Sandinista de Liberación, cuya obra, hija
de una experiencia personal y colectiva situada a la vanguardia
del Tercer Mundo, parte de la praxis revolucionaria juvenil
-en los días del frustrado golpe contra el viejo Somoza,
abril de 1954, cuando "la mano de los epigramas de amor
manejó una Madzen"- y desemboca después de
un proceso que incluye el noviciado trapense, la ordenación
sacerdotal, el memorable experimento de Solentiname y el encuentro
con la Revolución Cubana, en la conciencia y la militancia
revolucionaria de una madurez que ha producido los textos poéticos
más grandiosos e iluminadores de su generación.
Octubre de 1978
CINTIO VITIER
1. Poesía nicaraguense.
Selección y prólogo de Ernesto Cardenal. La
Habana, Casa de las Américas, 1973.
2. Véase "Lo que fue Solentiname
(carta al pueblo de Nicaragua)", por Ernesto Cardenal,
en Casa de las Américas,
n. 108, mayo-junio de 1978.
PRÓLOGO A ERNESTO CARDENAL*
En 1949 ocurrió un acontecimiento
relevante para la poesía de lengua castellana: ese
año fue editada en Madrid la antología Nueva
poesía nicaragüense.1 Sin embargo, no deja
de ser curioso que ese hecho, como ha ocurrido en casos similares,
pasara casi inadvertido entonces. Ahora, un ahora que ya tiene
muchos años, es bien distinto. Hace tiempo que se sabe
que la poesía escrita en Nicaragua, un pequeño
país con menos habitantes que los de una ciudad mediana,
no sólo del planeta todo, sino de la propia América
Latina, es una de las mejores poesías escritas, no
sólo en la América Latina, sino quizá
en el planeta todo. Otro hecho curioso: si en vísperas
de la Primera Guerra Mundial se hubiera preguntado a un conocedor
quién era el poeta vivo más influyente de la
lengua castellana, de seguro que la respuesta hubiera sido:
el nicaragüense Rubén Darío; hoy, confiamos
que no en vísperas de la Tercera (y última)
Guerra Mundial, y dando por sentado que hombres como Vicente
Aleixandre, Rafael Alberti o Nicolás Guillén
son ya indiscutidos clásicos vivientes, una pregunta
similar creo que obtendría como respuesta: el nicaragüense
Ernesto Cardenal. Es decir, que en el siglo XX la poesía
de lengua castellana empezó y terminó (aunque
nos quedan aún unos cuantos años para ratificar
o rectificar este último aserto) encabezada por dos
nicaragüenses: Rubén Darío en un extremo
y Ernesto Cardenal en otro.
En 1957, aún yo no veía
así las cosas. Cuando ese año ofrecí
en la Universidad de Columbia, Nueva York, una charla sobre
"Situación actual de la poesía hispanoamericana",2
ya era conciente de la importancia de la nueva poesía
de Nicaragua; pero al escoger un nombre de la generación
entonces joven de aquel país, me decidí por
Ernesto Mejía Sánchez: de lo que no me arrepiento,
ya que se trata de un poeta excelente. Por otra parte, Cardenal
no había publicado aún su primer libro: en aquella
Antología de 1949 aparecían tres poemas
suyos bien escritos, pero de los cuales él mismo iba
a prescindir en las posteriores sumas de su poesía,3
y un largo prólogo donde anunciaba: "No sabemos
a qué se debe la aparición de [Rubén]
Darío en Nicaragua, pero sí podemos decir que
si Nicaragua vuelve a dar otro nombre a la literatura mundial,
en caso de no ser [José] Coronel Urtecho, se deberá,
al menos en mucha parte, a él".4 Así ha
sido, en efecto. Ese nombre se debe al peculiar magisterio
poético de Coronel Urtecho, quien más que hacer
libros de poesía (hasta la fecha, con setenta y cinco
años, sólo le han publicado uno), ha
hecho poetas. El más destacado de ellos, el otro nombre
nicaragüense dado a la literatura del mundo, es Ernesto
Cardenal.
En 1960 recibí, cariñosamente
enviado por él, como seguiría ocurriendo con
sus otras publicaciones, un cuaderno que me conmovió:
se trataba de Hora 0, un conjunto de cuatro poemas
referidos a la lucha por la liberación nacional centroamericana,
y en especial nicaragüense, con una memorable evocación
a Sandino, el gran héroe nicaragüense de la resistencia
antiyanqui, asesinado por el primer Somoza en 1934. El colofón,
seguramente escrito por Mejía Sánchez, explica:
Estos poemas de Ernesto Cardenal,
Hora 0, fueron escritos en Nicaragua, entre la rebelión
de abril de 1954, en la que tomó parte el autor, y
el ajusticiamiento del dictador Anastasio Somoza, 21 de septiembre
de 1956. Posteriormente, Ernesto Cardenal ingresó en
la vida religiosa en el monasterio trapense de Our Lady of
Gethsemani (Kentucky, E.U.A.) y desde ahí autorizó
la publicación en la Revista Mexicana de Literatura,
enero-abril de 1957 (n. 9 y 10) y abril-junio de 1959 (n.3).
Trasladado, por motivos de salud, al monasterio benedicino
de Santa María de la Resurrección, en Cuernavaca,
Morelos, ha autorizado esta edición conjunta como homenaje
al héroe Augusto César Sandino en el XXVI aniversario
de su muerte, 21 de febrero de 1960 [...]
Este colofón, que vale
por un ensayo, nos dice muchas cosas y nos remite a otras.
Por lo pronto, hace evidente que la vida de este poeta nacido
en 1925 en Granada y crecido en León, de Nicaragua
(esta última la ciudad de la niñez de Darío),
en el seno de una familia rica, ya para entonces había
vivido una vida infrecuente. A estudios propios de un joven
de la alta burguesía centroamericana (después
de los realizados en su patria, otros, siempre de letras,
en México, los Estados Unidos y España), y a
la escritura desde la niñez de muchos poemas que no
se cuidó de reunir en volumen (hasta ahí, nada
fuera de lo normal), se suma el haber tomado parte en una
conspiración para ajusticiar al viejo tirano Somoza
en 1954. El laudable proyecto fracasa a última hora,
y los conspiradores son ferozmente perseguidos y en gran parte
aniquilados. Cardenal se esconde y logra salvar la vida. En
1956, otro poeta, Rigoberto López Pérez, da
muerte a Somoza I, y paga la hazaña con su inmediato
asesinato. Poco después, Cardenal (que casi simultáneamente
había estado escribiendo epigramas de tema amoroso
y político, haciendo versiones libres de otros de Catulo
y Marcial, y creando Hora 0), sufre una intensa crisis
religiosa y decide hacerse sacerdote. Admitido por el gran
poeta y monje trapense Thomas Merton, ingresa en 1957 como
novicio, con el nombre de M. Lawrence, en el monasterio Our
Lady of Gethsemani, Kentucky. Allí se le prohíbe
el ejercicio de la poesía, pero toma apuntes que luego
se volverán poemas. Es conocida la austeridad de la
vida de los trapenses; no tan conocido es el hecho de que
Merton los instaba a rezar pidiendo el afianzamiento en Cuba
(país que el conocía bien y al que dedicara
bellas páginas en su libro La montaña de los
siete círculos, 1948) de Fidel Castro y los rebelde
de la Sierra Maestra, cuando supo del triunfo revolucionario
en enero de 1959. Ese año, trasladado por motivos de
salud al monasterio de Cuernavaca que menciona Mejía
Sánchez, Cardenal da allí forma definitiva a
su cuaderno Gethsemani, Ky. (publicado con prólogo
de Merton5 en México, en 1960), y autoriza la aparición
de dos colecciones de poemas previos: Hora 0, ya mencionada,
y Epigramas (México, 1961). En la introducción
a este último libro, tampoco firmada, pero debida también
a Mejía Sánchez, quien ha resultado ser uno
de los heraldos (anónimos) más agudos de su
tocayo y "paisano inevitable",6 se describe así
la evolución poética de Cardenal:
Comenzó escribiendo
poemas de joven enamorado, y hasta se anunció un libro
suyo con el título Carmen y otros poemas; siguió,
sin dejar el tema del amor, abriéndose paso en los
poemas históricos, como [...] la poesía social
y política y, de nuevo, al amor cristianizado, al amor
religioso. Muchas etapas en veinte años; muchos poemas
dispersos y sólo dos cuadernos publicados: Hora
0 [...] y Gethsemani, Ky. [...] El primero es de
poesía política, apasionada, viril, contra las
injusticias de su Patria. El otro tiene como fondo su experiencia
religiosa en el monasterio trapense [...] [Cardenal] se dedica
por completo a la vida religiosa e intelectual. Trabaja incansablemente
en grandes poemas históricos, reelaborando los materiales
literarios prehispánicos, las crónicas de la
conquista, los documentos coloniales.
El mismo año en que
se publican sus Epigramas, 1961, Cardenal se traslada
al Seminario de Cristo Sacerdote en La Ceja, Antioquia, Colombia
(la patria del que será el famoso sacerdote guerrillero
Camilo Torres), donde estudia teología. En Colombia
publica dos nuevos cuadernos: Salmos (Universidad de Antioquia,
1964) y Oración por Marilyn Monroe y otros poemas
(Medellín, 1965). Ya para entonces, a pesar de
haber dado a conocer una obra relativamente exigua, es sin
duda uno de los poetas hispanoamericanos más impactantes
del momento. De regreso a Nicaragua, recibe en su capital,
Managua, las órdenes sacerdotales el 15 de agosto de
1965. Pocos meses después anuncia a sus amigos, en
una "Carta a Solentiname" que recibo mimeografiada,
que el domingo 13 de febrero de 1966 (es decir, dos días
antes de la muerte en la guerrilla colombiana del padre Camilo
Torres) había llegado "a la isla de Solentiname",
pequeño archipiélago del gran lago Nicaragua,
casi enteramente cortado del mundo, en una de cuyas islas,
Mancarrón, fundaría una comunidad contemplativa
"para ponernos en comunicación con el autor de
estas criaturas y el autor de la Vida, que como S. Juan nos
dice, no es otro sino el mismo Amor". Abriendo paso en
la tupida maleza con el auxilio de dos compañeros colombianos,
levantan en torno a una iglesia varias modestas viviendas.
Los escasos habitantes de la región "de todas
las islas han venido en canoas con gran alegría a la
misa". Pero los más no saben leer. Y el primer
paso en el movimiento litúrgico consistirá en
alfabetizar el Archipiélago de Solentiname; como el
sermón del Miércoles de Ceniza tendrá
que versar especialmente sobre las letrinas. "En realidad,"
sigue diciendo Cardenal, "para enseñar el Catecismo
a los niños hay que empezar por hacer que no mueran
los niños." Y en otro lugar: "Debemos arrancar
desde las propias bases." Se había dado inicio
a una de las experiencias espirituales más significativas
de este tiempo, la cual habría de durar doce años
y tener consecuencias imprevisibles en su comienzo.
Ese año 1966, aparece
en Madrid, con un inmenso prólogo manuscrito de Coronel
Urtecho, el libro de Cardenal El Estrecho Dudoso. Se
trata, para recordar la introducción a los Epigramas,
de aquellos "grandes poemas históricos" en
que Cardenal ha reelaborado en México, con ácida
mirada modernizadora, "las crónicas de la conquista,
los documentos coloniales". Tres años después,
en 1969, Cardenal publica en León, Nicaragua, su poemario
Homenaje a los indios americanos, emparentado estrechamente
con el libro anterior: si en éste, valiéndose
de los propios textos, desarticulados o rearticulados, de
los conquistadores (como había hecho Archibald MacLeish
en su gran poema Conquistador, 1932, que tanto influiría
en Cardenal), aparece en su espanto lo que fue para nuestras
tierras (y en especial para "El Estrecho Dudoso",
el paso entre los dos océanos que se buscaba en lo
que es hoy Nicaragua) el ejercicio del "fardo del hombre
blanco", en el Homenaje... Cardenal asumirá
la "visión de los vencidos", según
el título de un libro clásico del mexicano Miguel
León Portilla, evocará el mundo armonioso de
los verdaderos descubridores de nuestro continente,
los mal llamados "indios americanos", y mostrará
su destrucción, continuada hasta hoy, por los depredadores
occidentales. Sin que, tanto en un libro como en otro, dejen
de ser señalados los hombres o las circunstancias de
signo contrario, como Las Casas en un libro, Mayapán
en otro. Aunque Cardenal escribirá después muchos
otros poemas, y al menos dos aparecerán a veces en
forma de cuadernos (Canto nacional y Oráculo
sobre Managua), Homenaje... es el último
libro suyo de poemas publicado hasta la fecha. En 1970,
en cambio, verá la luz en Buenos Aires su primer libro
en prosa: Vida en el amor, también con prólogo
de Merton, meditación mística escrita en el
monasterio de Cuernavaca.
1970 tendría una importancia
enorme en la vida de Cardenal. Invitado por la Casa de las
Américas para formar parte del jurado de su premio
anual de literatura, Cardenal visitó por primera vez
la Cuba revolucionaria: así pudimos encontrarnos personalmente,
después de años de correspondencia. Por muchas
razones, Cardenal se encontraba en situación bien propicia
para entender la revolución cubana, aunque ésta
ostensiblemente no reclamara una filiación cristiana
sino marxista-leninista. Pero cuando algunos sectores reaccionarios
de la iglesia católica cubana intentaron volver a los
creyentes de dicha iglesia contra la revolución, en
1959, Fidel había dicho que el que está contra
el pobre está contra Cristo. Apenas había comenzado
entonces un proceso de acercamiento primero, y de fusión
después, entre los cristianos revolucionarios y los
revolucionarios socialistas, proceso que aún no ha
terminado, que se expresará en cuerpos de ideas como
la "Teología de la Liberación", y
en el que Cardenal iba a desempeñar un papel de gran
importancia:
Mi experiencia en Cuba [dirá
él en una entrevista en 1971 y repetirá luego]
se convirtió en algo fundamental para mí. Ha
sido la experiencia más importante de mi vida después
de mi conversión religiosa [...] Fue, en realidad,
una conversión a la revolución. Antes, creía
que debíamos buscar un tercer camino en la América
Latina, pero en Cuba me encontré con que el camino
era el de ellos, y que su revolución era muy buena
y que había el deber de respaldarla.7
De aquella visita, y de otra
que hiciera al siguiente año "bastante más
rápida, con el propósito principal de hablar
con Fidel", nacería uno de los más convincentes
libros testimoniales escritos sobre la revolución cubana:
En Cuba, (Buenos Aires, 1972). Además de un
collage de textos varios, Cardenal sobre todo recoge
allí con minuciosidad cuanto vio y cuanto le contaron,
incluso los comentarios adversos. Somete estos últimos
a la prueba de fuego de su comprobación personal. En
1970, una noche llegó a mi casa antes de la hora prevista
para una reunión con él. No hubo más
remedio que hacerlo compartir lo que teníamos para
comer. Leyendo luego su libro me entero, por el capítulo
"Cena en casa de Retamar", que le habían
dicho que yo tenía privilegios, y por sí mismo
vio que yo vivía en la misma casa donde vivo desde
mucho antes del triunfo revolucionario, que esa casa es modesta,
que yo comía lo que todos. Este pequeño hecho
personal muestra el método sencillo y eficaz con que
hizo su libro. Huroneando por todas partes, como una suerte
de padre Brown tan lleno de candor y de agudeza como el personaje
de Cherterton (pero sin sotana: con la cotona que es la camisa
del campesino nicaragüense, blue jeans, sandalias
y una boina negra sobre la larga cabellera blanca), Cardenal
tomó el pulso al país. No todo le pareció
bien, desde luego: tampoco a nosotros. Vio religiosos muy
poco o nada cristianos, vio revolucionarios esquemáticos;
pero no vio, porque no los hay, mendicidad ni analfabetismo
ni discriminación ni prostitución ni lujo ni
miseria ni injusticia que no se estuviera en vías de
reparar. Paseando por La Habana, comenta con el escritor uruguayo
Mario Benedetti: "Yo me he retirado del mundo para vivir
en una isla, porque me repugnan las ciudades. Pero ésta
es mi ciudad. Ahora veo que yo no me había retirado
del mundo, sino del mundo capitalista."8
También en 1972 un largo
poema revela la transformación de Ernesto: "Canto
nacional", valientemente dedicado al FSLN (Frente Sandinista
de Liberación Nacional). Regresa allí el poeta,
nunca desaparecido del todo, de Hora 0, con más
complejidad y con más incisiva conciencia de clase.
Él se siente (se sabe) voz de su pueblo; traza la historia
rapaz de los nuevos conquistadores yanquis; invoca el proceso
revolucionario que "viene desde los astros" y "es
más todavía: / el Che después de muerto
sonreía como recién salido del Hades";
nombra con ternura voraz la fauna, la flora, el paisaje; vuelve
desde luego a evocar a Sandino; afirma su fe en la lucha y
en lo que ha de ser la revolución triunfante, y la
conjunción de sus dos creencias: "Comunismo o
reino de Dios en la tierra, que es lo mismo."
Un terremoto que destruyó
el centro de Managua le provocará a Cardenal otro poema
largo e intenso: "Oráculo sobre Managua"
(1973). El poeta compara este centro citadino con un barrio
de extrema pobreza, Acahualinca ("Damnificados de un
sismo permanente, no vendrán aviones / trayendo alimentos
enlatados a esta gente / medicamentos, casas de campaña,
agua potable"); hace cruzar por sus versos a jóvenes
héroes cuya "canción de gesta fue un periódico
que se llevó el viento"; exhorta: "Que digan
los arzobispos al pueblo, éstos son tus opresores"
(así iba a hacer Monseñor Romero, y sería
asesinado por ello, convirtiéndose en un mártir
de la revolución salvadoreña); vuelve a ser
el autor de Vida en el amor, que ha leído y
citado allí a Teilhard de Chardin, y exclama en páginas
de apasionado amor por el hombre tal como vive en nuestro
frágil planeta: "Y Yavé dijo: Yo no soy,
Yo seré. Yo soy el que seré, dijo / Yo soy Yavé,
un Dios que aguarda en el futuro / [...] Conoceremos a Dios
cuando no haya Acahualincas". Inesperadamente, asoma
el propio poeta, tan pudoroso para hablar de sí mismo:
"La mano de los epigramas de amor manejó una Madzen."
El poeta que había alcanzado
esta poderosa voz admonitoria y profética, ¿cómo
seguía su vida en su retirada comunidad de Solentiname?
La respuesta la ofrece el tercer libro en prosa de Cardenal:
aunque en rigor no sea una obra enteramente suya. Así
me lo hace saber en la dedicatoria: "este libro mío
y de los campesinos de Solentiname. Patria o Muerte. Venceremos".
Se trata de El Evangelio en Solentiname (Salamanca,
1975). Ernesto explica en la introducción del libro
que en su comunidad "tenemos los domingos, en vez de
un sermón sobre el evangelio, un diálogo".
Y añade: "Los comentarios de los campesinos suelen
ser de mayor profundidad que la de muchos teólogos,
pero de una sencillez como la del mismo evangelio. No es de
extrañarse: el evangelio o "buena nueva"
(la buena noticia a los pobres) fue escrita para ellos, y
por gente como ellos." En efecto, en este impresionante
libro, que explica claramente por qué en sociedades
esclavistas modernas se impidió a los esclavos conocer
el evangelio, se siente vivir "la historia del cristianismo
primitivo", la cual, según la clásica comparación
de Engels, "tiene notables puntos de semejanza con el
movimiento moderno de la clase obrera".9 La lectura del
volumen no deja mucho lugar a la duda sobre cuál será
el destino inmediato de sus limpios y fervorosos comentaristas.
En 1976, Ernesto acude al Tribunal Russell II para exponer
ante el mundo el horror de la tiranía del nuevo Somoza,
quien cuenta, como contó su padre, con el pleno apoyo
del gobierno norteamericano. Al año siguiente, 1977,
un grupo de miembros de la comunidad de Solentiname, imbuido
de las enseñanzas recibidas allí, ataca el cuartel
militar de San Carlos, el pueblo más cercano al archipiélago.
Los sobrevivientes del asalto se internan en el monte y continúan
la lucha. La sanguinaria Guardia Nacional somocista destruye
Solentiname. Cardenal, condenado en ausencia, debe asilarse
en Costa Rica, donde da a conocer su condición de militante
del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Enviado
por el Frente, recorre varios países en misión
de denuncia. En 1978 regresa a Cuba como jurado del Premio
Casa de las Américas. Nos da entonces para publicar
"Lo que fue Solentiname (Carta al pueblo de Nicaragua)".10
El doloroso documento, que es el reverso de la "Carta
de Solentiname" escrita doce años atrás,
concluye: "No pienso en la reconstrucción de nuestra
pequeña comunidad de Solentiname. Pienso en la tarea
mucho más importante que tendremos todos, que es la
reconstrucción del país entero."
Lo demás es bien sabido:
coronando una heroica lucha de varias décadas, con
el FSLN a la cabeza, el pueblo nicaragüense derroca al
ominoso régimen somocista y obtiene un triunfo total
el 19 de julio de 1979. Cardenal, que el día anterior
ha llegado clandestinamente en un avión al país,
como contará en su poema "Luces",11 es nombrado
Ministro de Cultura del Gobierno de Reconstrucción
Nacional.
* * *
Supongo que debo decir algo
de la "poética" de Cardenal, o al menos de
la procedencia y de ciertos caracteres de su poesía.
Cardenal mismo ha sido bien explícito sobre esto. La
procedencia más visible de su poesía (que en
otro lugar he llamado "conversacional")12 es lo
mejor de la poesía norteamericana moderna. Algunos
han expresado su asombro ante el hecho de que un hombre tan
antimperialista como Cardenal reconozca una y otra vez su
deuda con dicha poesía: como si fuera posible homologar
la "New Poetry" con la política rapaz del
Imperio. Seguramente aquéllos ignoran que a José
Martí, el magno poeta que fue el primer antimperialista
cabal de nuestra América, "España y la
América española le debieron, en gran parte,
la entrada poética de los Estados Unidos", como
dijo Juan Ramón Jiménez.13 Sin embargo, no es
a Martí a quien se remite en este punto Cardenal; ni
siquiera al intento realizado en México algo después
de 1920 por aclimatar la poesía norteamericana en Hispanoamérica
(intento que ha sido llamado por José Emilio Pacheco
"la otra vanguardia",14 y entre cuyos impulsores
se contó un nicaragüense bilingüe, Salomón
de la Selva, quien fue poeta destacado primero en inglés
y luego en español), sino al magisterio ya mencionado
de José Coronel Urtecho, el cual desde su regreso en
1927 de los Estados Unidos y la fundación del Grupo
Vanguardia se convirtió en el principal difusor de
los poetas norteamericanos en nuestras tierras. El propio
Cardenal, cuando adquirió el conocimiento del inglés
en los Estados Unidos, colaboró con Coronel Urtecho
en la realización de una gran antología de poesía
norteamericana traducida al español (Madrid, 1963).
Para Ernesto, su principal influencia poética ha sido
Ezra Pound. Al preguntarle Benedetti en qué consistía
en realidad dicha influencia, Cardenal explicó:
Principalmente, en hacernos
ver que en la poesía cabe todo, que no existen temas
o elementos que sean propios de la prosa, y otros que sean
propios de la poesía. Todo lo que se puede decir en
un cuento, o en un ensayo, o en una novela, puede también
decirse en poesía. [...] Otra de las enseñanzas
de Pound ha sido la del ideograma, o sea el descubrimiento
de que la poesía se escribe exactamente en la misma
forma que el ideograma chino, es decir, a base de superposición
de imágenes. [...] La de Pound es una poesía
directa; consiste en contraponer imágenes, dos cosas
contrarias o bien dos cosas semejantes que al ponerse una
al lado de la otra producen una tercera imagen. [...] Es también
lo que hace el cine con los montajes de imágenes.15
Se conoce la lamentable evolución
política de Pound, que lo situó en los antípodas
de la que llegaría a ser la posición política
de Cardenal. Pero éste utiliza la técnica del
montaje para sus propios fines. Tal hecho, desde luego, no
es nuevo. Por ejemplo, de la ostranenie o "singularización"
de Shclovski, considerada por éste como un "procedimiento"
artístico, Bertolt Brecht (quien gracias a Sergio Tretiakov
supo del aporte de Shclovski) derivó su teoría
del "distanciamiento" o "extrañamiento",
no ya sólo como un "procedimiento" artístico,
sino como un arma en la lucha de clases.16 Así ha actuado
Cardenal: la superposición de imágenes a la
manera del ideograma chino, o del montaje cinematográfico,
no ha sido tampoco para él simplemente un procedimiento
artístico (Cardenal, como Brecht, tiene de la literatura,
sin mengua de su imprescindible calidad, una concepción
utilitaria, de servicio17), sino una manera de revelar determinados
hechos, y eventualmente de combatirlos, a partir de materiales
que el lector debe conocer, al menos en parte, para descodificar
plenamente el mensaje. De ahí que la claridad de la
poesía de Cardenal sea relativa, aunque él no
llegue nunca a las dificultades de Pound. Cardenal llama a
su poesía, y a la que prefiere de su país y
del mundo todo, "exteriorista", término que
según él18 fue creado por Coronel Urtecho, y
que Ernesto define como
la poesía creada con
las imágenes del mundo exterior, el mundo que vemos
y palpamos, y que es, por lo general, el mundo específico
de la poesía. El exteriorismo es la poesía objetiva:
narrativa y anecdótica, hecha con los elementos de
la vida real y con cosas concretas, con nombres propios y
detalles precisos y datos exactos y cifras y hechos dichos.
En fin, es la poesía impura.19
Pero ese "exteriorismo",
como se ve con toda claridad precisamente en el montaje de
las imágenes cinematográficas,20 no se ofrece
sin más, pues implica la contraposición de dos
imágenes (una de las cuales, en poesía, puede
no estar explícita, pero de alguna manera debe ser
conocida por quien lee) para que aparezca un tercer elemento
en el lector, que está así obligado a
abandonar su papel pasivo, ante una genuina obra abierta.
Por ejemplo, la primera edición (1961) de los Epigramas
de Cardenal, además de cuarenta y nueve poemas originales
suyos, incluía treinta y cuatro de Catulo y treinta
y nueve de Marcial en versiones libres de Ernesto. Aunque
las ediciones de conjunto de su poesía han solido prescindir
de estas versiones, ellas ayudan a la mejor lectura de los
propios epigramas de Cardenal. Si por una parte Pound lo llevó
también a interesarse en los epigramáticos latinos,
por otra parte, en el contrapunto con ellos (y con las versiones
de Pound) se pone de manifiesto la distinta perspectiva del
poeta centroamericano, su "visión tercermundista",
cómo él "mira las cosas desde la orilla
americana [...] que nos devuelve, por la puerta de servicio,
al mundo de la lucha política, al antisomocismo, es
decir, antirriqueza, antimetropolitanismo, antiimperialismo,
que es la victoria del proamor y de la propoesía",
según ha señalado acertadamente Ariel Dorfman.21
En los Salmos (1964),
sobre el mundo que se rechaza enérgicamente del capitalismo
moderno, con guerras, gángsters, politicastros, tiranuelos
apuntalados (como Somoza), caen las versiones de veinticinco
de los ciento cincuenta salmos del Salterio, actualizados
con los términos que entendemos ahora.
Es innecesario, casi ofensivo,
llevar al lector de la mano a través de todos los ejemplos
que ofrece Cardenal en su poesía: el resultado de su
montaje de imágenes, y lo que da un grave dramatismo,
una tensa inmediatez a sus textos, es que nos hace vivir aquí
y ahora la creación del cosmos y el apocalipsis, la
conquista española, la destrucción de las culturas
aborígenes, la expansión del imperialismo yanqui
sobre nuestras tierras, el engaño y la crueldad de
la sociedad capitalista; vemos hacerse ante nosotros a un
Dios que será y a una revolución que viene desde
los átomos de hidrógeno de los espacios intergalácticos
y es continuada por las luchas de Sandino, del Che, de "los
pobres de la tierra". En la lectura activa que requiere
su poesía (en la cual se revela la evidente evolución
ideológica del autor), el universo es real y es ahora
y es hermoso y es amor y es lucha.
* * *
Pocos días después
del triunfo revolucionario nicaragüense (y por supuesto
gracias a él) estuve al fin en Nicaragua. Con Ernesto
y algunos de los miembros de lo que fuera su comunidad (o
como después diría él, su comuna) de
Solentiname -los muchachos vestidos de soldados y armados,
todos alegres en el viaje como niños- visité
lo que quedaba de esa comuna. En una avioneta que el viento
zarandeaba llegamos a San Carlos, cuyo cuartel de muros oscurecidos
conservaba los rastros del ataque de 1977. Luego, en una barcaza,
cruzando el lago de impresionante belleza, fuimos al archipiélago,
a Mancarrón. Era la primera vez que todos ellos (Ernesto,
Olivia, Bosco, Alejandro, Nubia, Iván, otros: con el
recuerdo de Elbis, Felipe y Donald, caídos en el combate
o asesinados) visitaban el sitio desde que lo abandonaran
para ir a pelear unos, para salir al exilio otros; desde que
la Guardia somocista lo asolara. La hierba tropical iba reconquistando
su espacio. Pero quedaban ruinas que podrían volver
a levantarse. Quién encontraba una revista chamuscada,
quién un libro, quién un trozo del escaso mobiliario.
Yo miraba, más que a las cosas, al rostro de Ernesto
y de los demás. Doce años de su vida habían
transcurrido en esos parajes, primero en la contemplación,
luego en el crecimiento hacia la acción nacida del
amor y del sacrificio. Tantas realidades habían nacido
allí para dar la vuelta al mundo: poemas, cuadros,
artesanías, amores, sueños, la revolución.
No han desaparecido. Ellos saben que viven. Nicaragua es ahora
un gran Solentiname.
Querría terminar aquí,
con esta especie de final feliz. ¿Pero acaso puedo
hacerlo? Mientras escribo estas páginas, las noticias
no pueden sino inquietar. El pequeño Solentiname fue
arrasado por los bárbaros somocistas. Decir que Nicaragua
es ahora un gran Solentiname, ¿qué significa?
¿Podría este hermoso, empobrecido, combatiente
país llevar adelante en paz sus proyectos de terminar
con la miseria, con la opresión (con el analfabetismo
ya ha terminado): construir el mundo de amor y justicia por
el que ha clamado con grandiosa voz de profeta Ernesto Cardenal?
Y nosotros, en el resto del orbe, ¿permaneceremos impasibles
si de nuevo Solentiname es agredido? ¿Se tiene el derecho
de elogiar las palabras de un hombre superior como Cardenal
y no ser fieles a lo que dicen esas palabras? Admirar de veras
a este extraordinario poeta exige defender sus ideales, su
pueblo, su poesía, su verdad, necesarios para nuestra
vida, para que la vida tenga sentido, desde los astros lejanos
hasta las muchachas y los muchachos color de tierra suave
que son ahora los mejores poemas de Ernesto Cardenal.
La Habana, 3 de diciembre de
1981.
NOTAS AL PIE:
* Prólogo a la antología
de poemas de Ernesto Cardenal que me fue solicitada por Ángel
Rama para ser publicada por Förlaget Nordau, en Estocolmo.
1 Nueva poesía nicaragüense,
introducción de Ernesto Cardenal, selección
y notas de Orlando Cuadra Downing, Madrid, 1949.
2 R.F.R.: "Situación
actual de la poesía hispanoamericana", Revista
Hispánica Moderna, Año XXIV, octubre, 1958,
No. 4. También puede consultarse en el libro del autor
Para el papel definitivo del hombre, La Habana, 1981.
3 Entre esas sumas parece
tener interés especial Poemas reunidos /1949-1969,
presentación y epílogo de Antidio Cabal, Universidad
de Carabobo [Venezuela], 1972. Al frente de este libro aparecen
estas palabras de Cardenal: "He copiado de nuevo gran
cantidad de poemas, he corregido mucho, he terminado poemas
que desde años estaban en borrador, he desenterrado
muchas cosas inéditas." Más actualizada
es Poesía, selección y prólogo [de] Cintio
Vitier, La Habana, 1979. Si no se indica otra cosa, las citas
de poemas de Cardenal provienen de esta última edición.
4 Ernesto Cardenal "Ansias
y lenguas de la poesía nicaragüense", introducción
a Nueva poesía nicaragüense, cit. en nota 1, p.
67.
5 En su prólogo, Merton
afirma que los poemas de ese cuaderno son "una serie
de sketches con toda la pureza y el refinamiento que encontramos
en los maestros chinos de la dinastía T'ang",
y añade: "Jamás la experiencia de la vida
de noviciado en un monasterio cirtenciense había sido
dada con tanta fidelidad, y al mismo tiempo con tanta reserva."
6 Esta expresión la
aplicó José Coronel Urtecho a Darío en
su "Oda a Rubén Darío", de 1925: cf.
Nueva poesía nicaragüense, cit. en la nota 1,
p. 249. El propio Mejía Sánchez la utiliza en
su introducción.
7 Cf. "La experiencia
más importante", Casa de las Américas,
No. 70, enero-febrero de 1972, p. 182. Otras entrevistas de
interés sobre el tema se hallan en el libro misceláneo
de Cardenal La santidad de la revolución, Salamanca,
1976.
8 Ernesto Cardenal: En Cuba,
Buenos Aires, 1972, p. 15.
9 Federico Engels: "Sobre
la historia del cristianismo primitivo", en Carlos Marx
[y] Federico Engels: Sobre la religión, Buenos Aires,
1959, p. 272. Cf. también la introducción de
Engels a la obra de Marx Las luchas de clases en Francia de
1848 a 1850, La Habana, 1973, pp. 34-36.
10 Ernesto Cardenal: "Lo
que fue Solentiname (Carta al pueblo de Nicaragua", Casa
de las Américas, No. 108, mayo-junio de 1978.
11 Ernesto Cardenal: "Luces",
Casa de las Américas, No. 117, noviembre-diciembre
de 1979.
12 R.F.R.: "Antipoesía
y poesía conversacional en Hispanoamérica",
1968, en Varios: Panorama de la actual literatura latinoamericana,
La Habana, 1969. También puede consultarse en el libro
del autor Para el perfil... (cit. en nota 2), en cuya página
203 se lee: "la poesía de quien, como he dicho
varias veces, considero el primero entre los poetas del Continente
que siguen a las grandes figuras de la vanguardia: Ernesto
Cardenal".
13 Juan Ramón Jiménez:
"José Martí (1895)", Españoles
de tres mundos, Buenos Aires, 1942, p. 33.
14 José Emilio Pacheco:
"Nota sobre la otra vanguardia", Casa de las Américas,
No. 118, enero-febrero de 1980.
15 Mario Benedetti: "Ernesto
Cardenal: evangelio y revolución", Los poetas
comunicantes, Montevideo, 1972, p. 101.
16 Cf. André Gisselbrecht:
"Marxisme et théorie de la littérature",
Littérature et ideólogies, número especial
de La Nouvelle Critique, 39 bis, c. 1970, p. 31.
17 "El antologista es
de los que creen que la literatura sola, la literatura por
la literatura, no sirve para nada. La literatura debe prestar
un servicio. Por lo mismo, la poesía debe también
ser política. Aunque no propaganda política,
sino poesía política." Ernesto Cardenal:
"Introducción" a Poesía nicaragüense,
selección y prólogo [y notas] de E.C., La Habana,
1973, p. vii.
18 Op. cit., p. 67.
19 Op. cit., p. viii.
20 Entre numerosos trabajos
de S. M. Eisenstein sobre el tema, cf. "El ideograma
y los principios cinematográficos" (1929), en
su obra El sentido del cine..., La Habana, 1967.
21 Ariel Dorfman: "Tiempo
de amor, tiempo de lucha: la unidad de los Epigramas de Cardenal",
Texto Crítico, Revista del Centro de Investigaciones
Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana,
No. 13, abril a junio de 1979, pp. 14 y 15.
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